¿Cómo
llegué a ser psicotanatólogo?

Los azares del destino y muchas veces la casualidad pueden llevar a la persona por derroteros inesperados. Fui asignado al Hospital Dr. Bernardo del Valle. S. (INCAN), Instituto de Cancerología, entidad especializada en atender pacientes aquejados por cáncer. El objetivo supervisar la práctica de estudiantes del último año de la carrera, de la Escuela de Ciencias Psicológicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala, (USAC).
A partir del año 1987, en adelante, por el tipo de pacientes atendidos en el nosocomio, me vi obligado a estudiar el comportamiento en particular de los pacientes sitiados por una enfermedad considerada mortal.
Fue la práctica diaria, entrevistas realizadas, levantados de historias clínicas y la revisión de material relacionado con el aspecto tanatológico que hace treinta años existía en el medio, lo que me impulsó a estudiar todo aquello relacionado con la Muerte de una persona.
Dicho sea de paso llegó a mis manos un libro titulado: “Sobre la muerte y los moribundos”, escrito por la pionera en tanatología Dra. Elizabeth Kübler-Ross, y empiezo a estudiar más detenidamente las fases por las que atraviesa un enfermo terminal. En 1978, obtengo una maestría en psicología clínica y médica, la especialidad por supuesto amplia mi horizonte todavía más y continúo las indagaciones respectivas que permitirían establecer, cómo hacer el manejo psicotanatológico en Guatemala, de este tipo de pacientes o de cualquier enfermedad terminal.
Estar presente en el inicio de las postrimerías del ser humano y ver el sufrimiento de la agonía de quien está muriendo, causa también una incomodidad muy grande, traducida también como malestar, aun sin la existencia de lazos afectivos. Cuando el psicotanatólogo asiste a los últimos momentos de la agonía en una persona, consigue únicamente ver signos como: respiración dificultosa entrecortada, movimientos que apuntan a una especie de desesperación, también pueden describirse como una especie de inquietud, ya no levantan los párpados la fuerza de los músculos se ha perdido, aunque no es frecuente podrán presentarse alucinaciones. Pude observar a través de unos ojos entornados la esclerótica conocida también como el blanco del ojo, su boca se encuentra entreabierta, labios resecos, rajados, de repente si lo que uno les está diciendo al oído representa o representó algo importante en su vida, se mueven, pero de lo contrario cuando uno les habla se mantienen inmóviles.
La incertidumbre de la agonía, es difícil explicarla, intentaré hacer un ligero acercamiento a esta condición bajo la premisa de haber estado presente, aunque no se puede decir mucho, excepto esperar a que llegue el desprendimiento del cuerpo y el alma. Considero la posibilidad de conocerla solo cuando la persona ha estado en coma profundo y al regresar del mismo ella refiere cómo fue su vivencia, toda vez recuerde algo al respecto, o simplemente sale del estado comatoso preguntándose ¿qué sucedió?
Desde los años cincuenta leí sobre el proceso agónico donde el alma dejaba el cuerpo y la atribulada experiencia de su regreso. A pesar de la poderosa atracción de una luz muy fuerte encaminada en una pendiente hacia arriba, donde veían generalmente una “entrada”, que invitaba a traspasarla, cabe destacar la poderosa necesidad que según decían, impulsaba al sujeto por alcanzarla traducida en una experiencia extremadamente exquisita. No tocaré este tema pues tampoco ha sido mi intención establecer qué está más allá de la Muerte y estudiar el regreso después de haber vivido esa experiencia traumática-placentera, dicho de otra manera, paradójica; simplemente hago el comentario para establecer cuántos vértices pueden intervenir cuando se quiere hablar acerca de la Muerte.