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PERMISO PARA DECIR 

El permiso para irse  o para morir, no es nada nuevo a veces la psicología de la vida y su lógica ayudan a darse cuenta que hay algo donde está aferrada la persona y no le es muy fácil desprenderse por lo que es necesario buscar alguna forma que auxilie a quien está muriendo para entrar al descanso eterno.

Para la explicación de esta vivencia utilizaré el extracto de una carta donde le escribo a mi papá y le expreso mi sentir acerca de su existencia un tanto “vacía”, debido al desgaste físico sufrido por el paso de  los  años  que  no  traen  más que

achaques vinculados a un  cansancio para seguir viviendo y decirle que él decidirá junto con Dios cuando llegue el momento de irse de una vez por todas.

Recuerdo un viernes como a eso de las diez y nueve horas, voy a la casa paterna encuentro a mi papá sentado, una señora encargada de cuidarlo y atenderlo me pone una queja “fíjese don Edgar que no quiere tomarse la medicina”.  

Pensé en ese instante, este es el momento preciso para darle a leer un mensaje que había redactado unos días antes, fue providencial, pues todo se conjuntó ese viernes y le di a leer mis palabras.

 

Déjeme decirle que él tenía una gran dificultad para escuchar por esa razón escogí escribir lo que verbalmente pude haberle dicho, utilicé para el efecto una laptop  agrandé la letra y eso le facilitó la lectura.  Veía su cara conforme leía para saber en qué instante debía cambiar de página de la misma manera como se hace con un libro, no me hizo ningún comentario ni al principio ni al final, simplemente me siguió mirando, debo indicar que él estuvo totalmente consciente hasta ese momento. Lo que nunca dimensioné si casualidad o bien el destino aunque colocado en otros términos Dios decidió llevárselo, mi papá murió ese día viernes durante la noche a eso de las veintidós horas con treinta minutos, no soy médico forense, pero el rigor mortis anunciaba la hora con bastante precisión. Cuando intenté enderezar su brazo me fue materialmente imposible, murió en posición fetal. Trayendo a colación la teoría psicoanalítica, como si hubiese regresado al vientre materno, el lugar más cómodo para una persona antes de nacer.

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