
El señor de las cinco
de la tarde…
Salía ya casi del hospital y me detengo por unos instantes cuando veo aquel hombre de complexión asténica de pie, bien peinado, sus manos sueltas a los costados, afeitado, de aproximadamente un metro ochenta centímetros de estatura, vestido para salir, pantalón caqui, camisa manga corta a cuadrados combinaban ambas piezas, no recuerdo el color de los zapatos, ubicado frente a la estación de enfermeras esperando a sus familiares.
Le habían dado de alta, me acerqué y le pregunté cómo se sentía: “pues bien, aunque en realidad ya sé lo que me espera”, nunca le pregunté (no recuerdo para ser sincero que me haya dicho, me voy a morir, pero ya habíamos hablado acerca de que moriría muy pronto y era incuestionable el desprendimiento; no hacía falta hablar más de ello). Aparentemente no presentaba dolor alguno, desconozco si estaba bajo los efectos de algún sedante, tampoco daba muestras de preocupación.
Si, quisiera fijar en qué fase se encontraba podría atreverme a señalar en: “aceptación”, debí haber escrito ese día algo, para hoy hacerlo llegar a ustedes con más detalle pero no fue así. Recuerdo con exactitud haber hablado con la familia y explicarles cómo debían proceder cuando el proceso final del crecimiento estuviera en su última fase, con lo que aún le quedaba de vida (no fue mucho).
El paciente salió caminando del hospital como cualquier otro. Les pedí por favor fuera enterado quien esto escribe sobre el deceso del señor. La espera fue corta ya que a las diez y nueve horas aproximadamente del mismo día, recibo una llamada donde alguien me dijo: “usted pidió que le avisáramos cuando muriera y le comunicamos que acaba de morir”. Si a este hombre lo hubieran encontrado en otro lugar nunca hubiesen imaginado que las horas y los minutos para dejar este mundo estaban próximos.